Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100044
Legislatura: 1882-1883
Sesión: 7 de diciembre de 1882
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 5, 48-52
Tema: Contestando al discurso del Sr. Mosquera en apoyo de su proposición incidental en el debate sobre política general.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No vaya a creer el Senado que voy a molestarle con un nuevo discurso; pero aunque no fuera por necesidad, que esa quedará cumplidamente satisfecha por mi distinguido amigo el Sr. Cuesta, por cortesía he de decir algunas palabras a mi antiguo compañero en el Gobierno de la República, Sr. Mosquera.

Ya vamos entendiendo algo de lo que significa el movimiento de la izquierda dinástica, pues por lo visto cada uno que se levanta a explicarlo nos da una nueva noticia y un distinto conocimiento de lo que ese partido naciente, según el Sr. Mosquera, significa y de lo que esa aspiración (únicamente aspiración y no partido) quiere, según el Sr. Duque de la Torre. No sé si el Sr. Mosquera se ha levantado, más que a contestar al Sr. Cuesta y a contestarme a mí, a contradecir la mayor parte de lo que dijo ayer el Sr. Duque de la Torre, al menos en lo sustancial de ese movimiento, de lo que representa y del porvenir que le espera.

Según el Sr. Duque de la Torre, él no pensaba formar un partido; no era esa su aspiración, y además venía aquí, no con ánimo hostil al Gobierno, al contrario, queriendo continuar como su amigo, y que el Gobierno y el partido que representa le ayudaran en la que él entiende patriótica empresa; y hoy dice el Sr. Mosquera que ese es un partido, y un partido tan de oposición, que se ha coaligado con los contrarios a esta situación. (Rumores en la izquierda.) ¿No es eso? (En los bancos de la izquierda: No.) Pues entonces yo entiendo las cosas al revés. Pero vamos por partes: yo ayer no combatí el pensamiento de haberse coaligado esa fracción que dirige el Sr. Duque de la Torre con el partido conservador para hostilizar al Gobierno; no combatía eso, reconocía el perfecto derecho en esos señores [48] para unirse con el partido conservador y con cualquier otro, y hacer la oposición al Gobierno; lo que yo decía era que se compaginaba mal el ofrecimiento que hizo el Sr. Duque de la Torre, en nombre de esas nuevas fuerzas políticas, de apoyo y concurso a la situación, con los actos de hostilidad que realizaban sus amigos y él, en combinación con el partido conservador; porque ni una sola vez dijo el Sr. Duque de la Torre que venía en son de guerra al Gobierno; por el contrario, vino diciéndonos siempre (tratándonos con la grandísima consideración que yo le agradecía), vino ofreciéndonos siempre su apoyo, su benevolencia y su concurso. ¿Ha hecho lo mismo el Sr. Mosquera esta tarde? ¿Es esa la significación que da a las fuerzas políticas de que forma parte? No; es precisamente todo lo contrario. Su señoría no se ha fijado en una diferencia esencial que hay entre la coalición hecha por los amigos de S. S. con el partido conservador estos días, y otras coaliciones que han surgido natural y lógicamente en las Cámaras. Ha recordado con este motivo alguna coalición (a la que fui completamente ajeno), alguna coalición de amigos míos con los carlistas.

Jamás me he coaligado con los carlistas; lo que hay es que los carlistas se aprovechaban de nuestras diferencias, y utilizándolas, se inclinaban al lado en que nos pudieran hacer más daño; pero jamás he tratado yo con los carlistas, ni me he reunido con ellos a fin de preparar y tratar coaliciones para derribar Gobierno, como han hecho esos amigos nuevos del señor Duque de la Torre con el partido conservador. (En los bancos de la mayoría: Bien, muy bien. ?Rumores en la izquierda.) Lo primero es ardid parlamentario de que se valen los adversarios contra los Gobierno; lo segundo es coalición, y yo no he hecho coalición jamás con el partido carlista; ¡ojalá se pudiera decir otro tanto del Sr. Mosquera y de sus amigos, que una vez se hicieron tan amantes de los conventos y de los frailes, que unidos a los carlistas arreglaron una proposición que firmaron juntos para derribar al Gobierno liberal de que yo formaba parte! (En los bancos de la mayoría: Bien, muy bien.)

Pero ya sabemos lo que el Sr. Duque de la Torre representa: ya no es una aspiración, sino un partido, según el Sr. Mosquera, hostil al Gobierno; y que ese partido no puede existir, no puede constituirse, no puede formarse dentro de los moldes de la Constitución actual, y que necesita indispensablemente para su formación la de 1869.

Pues esto, ni más ni menos, lo que significa es que los señores de la izquierda, o mejor dicho, los señores capitaneados hoy por el Sr. Duque de la Torre son los Moyanos de la izquierda. (Risas.) Esos señores no pueden formar un partido de la izquierda sin una Constitución dada, la de 1869; como el Sr. Moyano y sus amigos no pueden formar el partido de la derecha sin la Constitución de 1845; y ya tenemos para la tranquilidad de este país y para las esperanzas de un halagüeño porvenir, tres Constituciones en juego: una la de los antiguos moderados, la Constitución de 1845; otra la de 1876, de los conservadores y de nosotros. (Murmullos en los bancos de los conservadores), que patrióticamente y en bien de la Patria la hemos aceptado, porque no es cosa de tener continua y constantemente perturbado al país, pretendiendo cada partido llegar al poder con una Constitución debajo del brazo; y otra la Constitución de 1869. De manera que vamos adelantando.

Antes al menos no se hacía de la Constitución programa de gobierno, por más que cada partido que llegaba al poder hacía una para su uso particular; pero ahora tiene su Constitución el partido que está en el poder, y quiere tener otra cada uno de los partidos que están en la oposición. Así se pretende regenerar el sistema representativo, y así se quiere facilitar al Rey su elevadísima misión, teniendo que abrir un periodo constituyente cada vez que llama a un partido. ¡Qué halagüeño porvenir queremos procurar a esta desgracia Nación! (Muestras de aprobación.)

Yo no he dicho que fuera vitanda la Constitución de 1869, sino el cambio constante de Constituciones; lo que digo que es vitando es que cada partido pretenda venir a ocupar este sitio con una Constitución distinta de la existente. Eso es vitando, perturbador, peligroso, y es preciso que concluya para siempre. Y sólo puede concluir, Sres. Senadores, por el patriotismo de todos; pero nadie se quiere dar por vencido, y si todos han de anteponer su amor propio al interés de la Patria, estas luchas estériles no concluirán jamás. Nosotros hemos abandonado esas luchas; nosotros hemos tenido ese valor y esa lealtad en bien de la Monarquía y de la Patria.

No era nuestra, seguramente, la Constitución de 1876: la combatí cuando se hizo; defendí entonces, y ahora me lo echarán en cara, pero no me importa; defendí entonces con la energía con que defiendo todas las causas, la Constitución de 1869. Siento no tener aquí los párrafos de mis discursos, pobres siempre, pero por lo menos llenos de buena fe y de energía; los párrafos más salientes en defensa de la Constitución de 1869, porque los repetiría, adelantándome desde luego a la lectura que para combatirme ha de hacerse seguramente estos días.

Pero si defendí, después de muerta, la Constitución de 1869, que era la última que se había hecho, y si antes siendo Ministro de la Gobernación, como ha dicho S. S., no tuve una palabra para defenderla, en aquellos momentos en que había lujo de libertad, cuando todos los que no llevábamos la libertad a la exageración éramos calificados de sospechosos y de traidores, ¿qué significa esto? Que aquella no era mi Constitución; que la había admitido como una transacción con los republicanos cuando era necesario salvar el principio monárquico. Salvarlo como pudiéramos salvarlo. Una vez salvado, yo me conformaba con ella; pero como no me satisfacía por completo, no la seguí defendiendo en aquellos momentos.

Vino la restauración: toda la revolución de Septiembre cayó; no quedó en pie más que ese Código que yo consideraba vigente mientras otro no se promulgara, y lo defendí como resto de aquella revolución; y lo defendí porque creía que podía ser modificado, como quería modificarlo también entonces, porque juzgaba que podría ser el lazo indispensable y necesario de la restauración con la revolución y de la Monarquía con la libertad. En este sentido lo he defendido; en este sentido hay párrafos míos, más o menos elocuentes, pero enérgicos, en defensa de aquella Constitución; pero la verdad es que vino la restauración, que se apeló al país por medio del sufragio universal, que las Cortes producto de aquel sufragio hicieron la Constitución de 1876, y desde entonces se acabó la Constitución de 1869. Para los que amamos ante todo a nuestra Patria, no hay mejor Constitución que la vigente.

Pero se dice: el nuevo partido necesita de una nueva [49] Constitución, porque si no, el nuevo partido no se puede formar, porque la democracia no puede venir a la Monarquía. ¡Ah, señores, qué manera de considerar cosas tan grandes! Los demócratas, ¿creen que la Monarquía es compatible con la libertad? ¿Creen que la Monarquía de D. Alfonso XII puede hacer y hará la felicidad de la Patria? Pues es lo único que se necesita saber para venir sin ambages ni rodeos y sin ninguna clase de dificultades a la Monarquía.

Pero formáis un partido, y decís: lo queremos formar como se ha formado en Italia y en Inglaterra. ¿Acaso en Italia y en Inglaterra los radicales han pedido condiciones a la Monarquía? Ninguna: le han prestado su concurso porque han creído que la Monarquía era la salvaguardia de la libertad, como lo es aquí, y es allí manantial fecundo de bienes y prosperidades. Eso han creído, y les ha bastado para ir con lealtad y con la frente erguida a ponerse al servicio del Rey.

¡Ah, nos citáis ejemplos que no seguís! Los radicales, ¿han ido a la Monarquía de Italia, como a la de Inglaterra, pidiendo Constituciones? No; han ido con la Constitución que había en Italia, con la Carta otorgada, y en Inglaterra con las leyes fundamentales que allí rigen y con las condiciones de aquella Monarquía.

Eso es lo que os pido; ya veis que no os pido mucho: que hagáis los radicales españoles lo que han hecho los radicales de todas partes, y que no tengáis los radicales españoles menos patriotismo que han tenido en otros pueblos; el patriotismo de los radicales italianos e ingleses, que nos citáis aquí a cada momento. Que os sirvan, pues, de ejemplo.

Que os echamos de nuestro lado si no aceptamos la Constitución de 1869. Señores, ¡qué manera de discurrir! ¿Pues no conocéis que con el mismo derecho con que vosotros venís a la Monarquía, pueden mañana desear venir otras fuerzas en condiciones análogas? Figuraos que mañana, así como ha venido hoy el Sr. Duque de la Torre, viene el Sr. Pi y Margall con su Constitución pactista y sinalagmática. (Fuertes rumores.) ¿Por qué no? ¿Habéis de tener vosotros ese privilegio? Pues mañana el Sr. Pi y Margall puede, creyendo, como creéis vosotros, que con la Monarquía de D. Alfonso XII se salva aquí la libertad y se conquista el bienestar y el progreso en este país, hasta ahora desventurado; puede decir: sí, yo reconozco la Monarquía de D. Alfonso XII, pero con esta Constitución, y si no, no puedo reconocerla. ¿Creéis que puede venir también con su Constitución a la Monarquía de D. Alfonso XII? ¿Creéis que sería patriótico que nos dijera: esto dispuesto a reconocer la Monarquía; pero si no me admitís esta Constitución como legalidad común para todos los partidos, no la reconozco?

Esto que pudiera suceder con el Sr. Pi y Margall, puede suceder, si no tuvieran tanto patriotismo como tienen, con los mismos moderados, que querrían traer su Constitución de 1845. No se separan de la Monarquía porque esa Constitución no sea la legalidad común; pero obrarían como vosotros obráis, y procederían como vosotros procedéis, si dijeran: ?o la Constitución de 1845 es la legalidad común, o no me someto a la Monarquía.?. Y entonces decidme, si hay partido, si hay Monarquía, si hay gobierno, si hay tranquilidad, si hay sosiego, si hay formalidad posible en un país en que de esta manera procedieran los partidos. (Bien, muy bien.)

No, señores; es necesario ser sinceros y admitir las cosas como son. ¿Creéis, ya que para algunos de vosotros, no para todos, la forma de gobierno es accidental, que con la establecida se pueden obtener todas las libertades y toda la prosperidad que se conseguiría con cualquier otra forma de gobierno? Pues debéis noblemente aceptarla, sin condición ninguna; que dentro de la Monarquía, dentro de esta forma de gobierno, podéis con vuestro talento y merecimientos ir conquistando aquellos puestos a que con justicia podéis ser llamados, pero dentro de las instituciones fundamentales. No se acepta una institución fundamental haciendo algo que la deprima, porque basta que se acepte cualquier condición que se imponga, para que aquella quede menoscabada.

Dice el Sr. Mosquera que no han provocado SS. SS. este debate. Señores, lo ha provocado el Sr. Duque de la Torre, y lo ha provocado por medio de una interpelación, cuyo objeto ha sido exponer su pensamiento político y además determinar su actitud relativamente al Gobierno por medio de una interpelación como otra cualquiera; el Gobierno no ha hecho más que contestar al Sr. Duque de la Torre, dando muestras de la cortesía debida y cumpliendo con los deberes que le impone el Reglamento. No ha podido hacer más el Gobierno que decir al Sr. Duque de la Torre: su programa tiene dos partes: una la acepta, otra la rechaza; dar las razones de por qué acepta la una y por qué rechaza la otra. ¿Dónde está, pues, la provocación por parte del Gobierno, de este debate? Cualquiera que sea su resultado, hay una afirmación que me importa recoger, porque hemos oído cosas dignas, y ante todo he escuchado con mucho gusto algo que me complace extraordinariamente: al fin y al cabo tiene grandísima trascendencia para el porvenir del país el que nosotros que estábamos ya dentro de la legalidad, y vosotros que estabais algunos fuera y otros en los linderos, todos estemos conformes en una cosa, y es, en que no hay salvación posible para este país desdichado más que dentro de la Monarquía. Con esta afirmación me basta. (Bien, bien). Lo demás, señores, es pequeño: que penséis vosotros ir un poco más de prisa y nosotros un poco más despacio; que queráis vosotros ciertas reformas pronto, inmediatamente, y nosotros las queramos llevar con pausa; todo eso importa poco: lo que importa mucho es que todos estemos conformes en lo fundamental.

Y ahora os voy a decir: algo nos liga a todos, nos hace a todos amigos; y ya hablo a todos como amigos desde el momento en que como yo pensáis todos respecto a la Monarquía.

Pues bien; ahora, como amigos, repito, os voy a decir una cosa. ¿Sois radicales? ¿Queréis ser radicales? Pues entonces, haced lo que hacen los radicales en todas partes. Los radicales se distinguen de los demás partidos en que no consideran como esencial la forma de gobierno. Según las circunstancias, según las épocas, según las costumbres, según los tiempos, creen que es buena o mala la Monarquía, creen que es buena o mala la República, y se hallan tan dispuestos a servir a la Monarquía como a servir a la República.

Los que de tal manera piensan no deben nunca pretender ser el apoyo fundamental de la Monarquía ni de la República. Esos, por lo mismo que están aptos para servir a la República como para servir a la Monarquía, no están en condiciones de dirigir ninguna de estas instituciones, más que como fuerzas auxiliares.

Los partidos monárquicos son el fundamento, la [50] base, el sostén, el apoyo, la columna de la Monarquía. Y los partidos radicales, cuando se hacen monárquicos, son auxiliares de aquellos elementos, son la vanguardia de los partidos liberales de la Monarquía. Lo mismo sucede en las Repúblicas; los republicanos son la base, el fundamento de la República, y los indiferentes a las formas de gobierno que se hacen republicanos, son los auxiliares de aquellos partidos, y a manera de partidos conservadores, como retaguardia, como contrapeso, como lastre.

Reparad, Sres. Senadores, y reparadlo vosotros, porque a vosotros me dirijo principalmente, cómo estos principios, cómo estos resultados de la ciencia y de la historia se imponen en todos los países, porque en todos los países hay partidos radicales; pero en ninguno gobiernan más que como partidos auxiliares, o de los monárquicos en las Monarquías, o de los republicanos en las Repúblicas. ¿Qué hacen los radicales en Italia? En Italia los radicales ayudan al partido más liberal de la Monarquía; entran con el partido liberal en el Gobierno; tienen grandísima participación en él, y son su vanguardia en la Monarquía. Conservan los ideales de la ciencia, los conservan siempre, pero ayudan también siempre al partido liberal de la Monarquía, que es el que marcha más o menos de prisa, más o menos despacio en el sentido de aquellos ideales, sirviendo así a su Patria. ¿Qué hacen los radicales de Inglaterra? Lo mismo. Entran a formar parte de los Gobierno de la Monarquía, y hay radicales que no ocultan su procedencia republicana y que sirven a la Reina Victoria. ¿Por qué? Porque tienen sus aspiración democrática, que han aprendido, que han profesado, que han sentido, creyendo que es lo mejor para el porvenir, para un porvenir allá en lontananza, muy lejos tal vez, nunca realizable completamente, pero al fin sin perder nunca sus ideales y siempre siendo útiles a su Patria.

Ese es el papel reservado a los radicales en España: venir a la Monarquía a gobernar con los monárquicos, a formar parte de sus Ministerios, a entrar en la administración, a que funcionen los organismos de la Monarquía tranquila y majestuosamente. ¿No quieren hacer eso? Pues sucederá lo que ha sucedido siempre aquí. No quiero hacer cargos a nadie; pero la verdad es que cuando el partido radical en cualquier parte se ha salido de esta línea de conducta y ha querido constituir él solo la esencia, base y fundamento de un Gobierno, lo mismo en las Repúblicas que en las Monarquías, la Monarquía y la República se han perdido. (Bien.) No lo dudéis, porque está en la naturaleza de las cosas, no lo dudéis: cien veces que venga la República, cien veces que la Monarquía venga, cien veces caerán ambas si los radicales solos las gobiernan. (Bien.)

Ahora, los que no sean radicales, claro es que no están en esas condiciones; pero en cambio, cuando la forma de gobierno que ellos tienen como buena desaparecer, no pueden ser útiles a la forma de gobierno que le sucede.

El Sr. Mosquera, con una suavidad que encanta, porque S. S. es muy suave en la forma, de carácter dulce y de temperamento simpático, haciendo sin embargo de esto todo el daño posible en el fondo; el señor Mosquera, repito, aunque muy suavemente, me ha dirigido un cargo que yo esperaba menos que de nadie de S. S., por lo mismo que S. S. ha sido compañero mío y sabe bien cómo las gasto yo en punto a opiniones políticas y a mis convicciones respecto de la forma de gobierno. Se me ha recordado, como para debilitar mis opiniones monárquicas, una época en que formé parte de un Gobierno que se llamaba republicano, y podía recordármelo S. S. porque juntos formamos parte de él.

No ha sido hábil S. S., sin embargo, en recordar eso para debilitar mi opinión monárquica; más bien creo que sirve este recuerdo para afirmarla más. Su señoría sabe, S. S. recordará cómo se formó aquel Gobierno, en qué circunstancias, con qué peligros, con qué motivo y para qué fin. Entonces se pretendió por un ilustre general formar un Gobierno nacional, en el cual nada tuvieran que ver los partidos ni monárquico ni republicano, ni los que dentro de la República o de la Monarquía pudieran tener ideas más o menos avanzadas o conservadoras. De lo que se trataba entonces, vacante el Trono, sin Rey, era de salvar, no ya el Rey y el Trono, que entonces no existían, sino la sociedad amenazada de muerte; de impedir que continuara la ignominia de que nuestros barcos estuvieran en manos de Naciones extranjeras, y de impedir que la Patria se desagarrara en mil pedazos. De eso se trataba.

Había peligros; era una misión de españoles, no de hombres de partido.

¿Qué español no respondía entonces a ese llamamiento? Yo respondí, porque respondo siempre cuando peligran los altos intereses de la Patria. Pero, ¿cuándo he ocultado yo que era monárquico? ¿He dicho alguna vez a alguien que era republicano?

No lo he dicho ni aún en el momento mismo en que se formaba aquel Gobierno; y por cierto que hubo alguna persona, que respeto, que tuvo escrúpulos para formar parte de él porque no se llamaba Gobierno monárquico, y además de D. Alfonso. (En la minoría conservadora: No, no.) Me parece que sí, que se pedía que se levantara la bandera monárquica. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: Por no llamarse Gobierno provisional.) Es lo mismo. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: No es lo mismo; ante la declaración de que era un Gobierno republicano, nos retiramos de allí.) Es enteramente igual; no me importa el nombre; en aquellos momentos se nos llamaba a salvar la Patria en peligro.

Yo declaro aquí en alta voz que antes que a la Monarquía quiero a la Patria; y entonces no era la Monarquía, era la Patria la que estaba en peligro, y debía acudirse a salvar la Patria en primer término. (Muy bien, muy bien.)

En último resultado, si quería la Monarquía, quería ante todo la Patria; y si la Patria se hubiera perdido, si todos hubiéramos hecho lo que S. S., ni habría Patria ni habría Monarquía. (Muy bien, muy bien. Grandes aplausos.)

No he negado nunca que fuera monárquico, como no lo han negado ni han dejado de serlo otras personas eminentes de este país, cuyos servicios recuerdo ahora que no me lo pueden agradecer. No recuerdo los de otros, porque no se encuentran fuera de aquí como se encuentra para siempre la persona a quien aludo, a cuyo lado estaba en aquellas circunstancias para salvar la Patria: el ilustre Marqués del Duero, que no se dejara nunca de ser monárquico. Con él estaba yo para salvar la Patria; que entonces no se trataba de salvar la Monarquía.

Hay más dentro de aquella situación, yo hice en- [51] tender bien que constituíamos un Gobierno provisional; que aquel Gobierno se establecía con el nombre de República, pero que aquel Gobierno era provisional. Y yo, como Ministro de Estado, lo hice entender así en una circular a los Gobierno extranjeros. ¡Pues no se ha citado esa circular un millón de veces por los republicanos para acusarme de que yo era monárquico! A lo único que yo me comprometí fue a ser leal a aquella forma de gobierno que encontrara cuando me llamaron a coadyuvar con mis fuerzas en lo que pudiera, a salvar esta Patria desdichada, presa entonces de tantos desastres y de tantas vergüenzas. Yo lo prometí, yo lo dije siempre, que una vez puesto el país en condiciones de que con libertad decidiera de su ulterior destino, me retiraría a mi casa para contribuir al restablecimiento de la Monarquía española; que entre tanto, y mientras el caso llegara, yo sería leal a aquella situación que había depositado en mí su confianza para que yo contribuyera en lo posible en aquellos momentos a salvar el país. Lo que prometí lo cumplí. No se me pueden a mí hacer cargos de esa naturaleza, Sr. Mosquera.

Y voy a concluir, Sres. Senadores, porque no me proponía hacer un discurso; voy a concluir llamando la atención otra vez a los que han sido siempre mis amigos, y a los que no lo han sido tanto, que hoy parece que se quieren poner enfrente; que vean bien lo que hacen; que juntos podríamos salvar la libertad; que separados, podrá perderse; que vean si les tiene cuenta continuar en esa actitud que han tomado, coaligándose con los conservadores, de los cuales nada tengo que decir, que al fin y al cabo están en su derecho; porque si parece mal el Gobierno a los que acaban de ser nuestros amigos, ¿cómo ha de parecer bien a los que han sido siempre nuestros adversarios? (Risas.) Digo adversarios, porque sé que algunos señores Senadores que me oyeron ayer no quedaron contentos de la palabra enemigos que pronuncié en el curso de mi peroración. Si la pronuncié, fue sin ánimo ninguno de hostilidad hacia el partido conservador: no la tengo; tengo sí la prevención del adversario.

Deseo, no por nosotros, no como interés de partido, y mucho menos como interés personal, sino porque lo creo conveniente a los intereses generales del país y a los intereses de las instituciones, que lleguen al poder lo más tarde posible; no tan tarde, pero, en fin, más tarde de lo que ellos quisieran llegar. Lo que no quiero de ninguna manera, lo que he de reprobar con toda la energía de que sea capaz, es que lleguen pronto o tarde, no por sus propios merecimientos, no por la fuerza que adquieran en la opinión, no por la confianza que inspiren a la Corona, sino por nuestras propias divisiones. Lo que quiero es que los liberales aprendan en las lecciones de la experiencia (porque no parece sino que esas lecciones se olvidan, cuando con tanto trabajo y sacrificios se aprenden) que el partido liberal ha durado poco siempre en España y ha hecho siempre poco, no por los partidos adversarios, sino por sus debilidades, por sus disidencias y por sus divisiones.

Esos amigos míos, aún cuando estuvieran disgustados de nosotros, no tienen razón bastante para separarse de nuestro lado, porque reproducen la división, siquiera ahora sea pequeña, en el partido liberal, y la división en el partido liberal es el advenimiento, más pronto de lo que conviene, del partido conservador. Si en el partido conservador hay hombres, como los hay en todos, que creen que deben venir pronto, los verdaderos conservadores, los que piensan cuerdamente, no deben querer llegar al poder sino en su tiempo y sazón; porque si los partidos llegan mal al poder, mal gobiernan, y gobiernan mal en daño del país y no en bien de las instituciones.

A mis antiguos amigos políticos les brindo con la concordia, con la paz, con la conciliación; que recapaciten, que vuelvan en sí y que piensen cuáles son las consecuencias que puede traer para ellos, para nosotros y para la libertad el acto que van a ejecutar.

Y a los conservadores, si quieren oír un consejo mío, les advierto también que la prudencia, que la calma puede traerlos, no tan pronto como algunos quisieran, pero en sazón oportuna, al poder, para que nosotros vayamos a refrescarnos a la oposición; y así con calma y prudencia uno y otro partido, discutiendo como adversarios y no procediendo como enemigos, seamos verdadero sostén para la Monarquía, seamos fuente de bienes para la Patria. (Aplausos repetidos.) [52]



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